Soy tímida.
Llevo repitiéndome ese mantra una eternidad. La eternidad que llevo siendo consciente de mí misma. Que, por cierto, para ser una eternidad, se ha pasado volando.
Pero, ¿soy tímida?
La verdad (la que tienes que rascar mirando mucho rato para adentro hasta que no soportas el dolor de la tortícolis) es que, más que ser tímida, tengo miedo.
- Tengo miedo de exponerme.
- Tengo miedo a equivocarme.
- Tengo miedo al qué dirán.
- Y peor aún, al qué pensarán.
Arrrgggg. Pero un miedo atroz, y no sé de dónde viene. Bueno, me lo puedo imaginar, pero eso lo dejo para las sesiones con la psicóloga.
¿La consecuencia de ese miedo?
Pues que me callo.
En la mayoría de situaciones cierro el pico y miro hacia abajo. Sonrío, quizás, con timidez (= con miedo). A veces me río y asiento. O me encojo de hombros si no estoy segura de nada, que suele ser la tónica general.
Porque estar segura, segura, 100% segura… nunca estoy.
Puedo estar bastante segura, sí, pero solo después de haberme pasado horas investigando el tema, comprobando fuentes y testando mi respuesta en modo «borrador» con las pocas personas con las que me siento a salvo.
Y después de todo ese trabajo, solo puedo decir que estoy segura al 99%. Porque puede que algo se me haya pasado. Puede que haya una fuente que no haya leído, una importante, una que hubiera cambiado mi conclusión. Deformación profesional, lo llaman.
Pero equivocarse, o no saberlo todo, es lo más normal del mundo, ¿no crees? Y si no lo es, debería serlo, y de eso estoy segura al… 99%. 🙂
Así me siento todo el tiempo, insegura
Incluso cuando creo saber lo que necesito, dudo de mi opinión, porque de una manera u otra sé que está sesgada (del sesgo de confirmación hablaré otro día, porque si no esta vomitona de pensamientos se haría insoportable).
¿Eres capaz de imaginarme en una conversación espontánea cualquiera, rodeada de personas, intentando dar mi opinión sobre algo? Pues yo no.
En una conversación a 2 bandas puede que sí. Al fin y al cabo, si me quedo callada como una pazguata eso más que conversación se convierte en monólogo, y no creo que la otra persona esté dispuesta a repetirlo muy a menudo. En esos casos hago de tripas corazón y respondo lo que pienso (o lo que creo que pienso en ese momento).
Pero cuando me encuentro en un grupo más grande, ahí ya la cosa cambia. Más personas que podrían pensar algo (no positivo) de mí. Más voces que pueden cubrir mi hueco. Y a todas estas excusas malas se le une mi mente analizando la respuesta de los demás e intentando discernir si estoy (o debería) estar de acuerdo con sus argumentos, y si los míos son suficientemente fuertes para rebartirlos o apoyarlos.
¿El resultado? Pienso mucho, hablo lo mínimo. Y al final me siento tan dubitativa como antes y un poquito más sola si cabe.
¿Pero qué opino yo?
Pues muchas veces ni lo sé.
Quizás nunca había pensado en ello. Quizás lo había pensado pero no me había tomado la molestia de buscar información.
¿Qué debería contestar? ¿Lo que me dice la intuición y ya está?
Ni te imaginas la de veces que mi intuición se ha equivocado. Casi tantas como las que ha acertado.
No me gusta hablar de cosas que no sé. El problema es que siempre tengo la sensación de que no sé de casi nada (hola, síndrome del impostor, un placer, como siempre). 🤦♀️
Y aquí mi pelea interna:
¿Tengo derecho a tener una opinión (y compartirla) si no estoy segura de ella? ¿Si no estoy segura de que esté bien justificada?
Y, aún más importante, ¿tengo derecho a no tener una opinión? ¿A decir «no sé»? ¿A que no me pidan posicionarme en un extremo o en el otro, ni siquiera en mitad de ellos?
Mi intuición me dice que sí, que tengo derecho a todo esto. Pero ya te he dicho que no puedo fiar mucho de ella…
Con todo esto me viene una historia real a la cabeza
Hace poco que mi sobrino (el sobrino más bonito del mundo, como todos los sobrinos) pasó por esa etapa en la que solo existen las preguntas.
Y un día, de paseo, tuvimos una conversación muy parecida a esta:
—¿A qué velocidad van los cohetes?
—Pues no lo sé, cariño.
—Pero van muy rápido, ¿verdad?
—Sí, claro, muy rápido.
—¿Van a 40 mil kilómetros por hora?
—Pues no lo sé.
—¿A 100 mil? ¿Mil millones?
—Ay, pues no lo sé, corazón. No lo sé.
¿Qué ocurrió? Que como no saqué el móvil para mirar cuál es la velocidad que alcanza un cohete ni le dije un número aleatorio que seguramente sería mentira, se aburrió de mí y se acercó a otro familiar para continuar la conversación (o cualquier otra).
Aburrí a mi sobrino, así de simple
Si mi falta de opinión (y conocimientos, en este caso) tiene ese efecto con un niño de 6 años, ¿qué impresión daré a alguien de mi edad cuando responda «ni idea»?
¿No me saldría más a cuenta tener una opinión (o expresarla) aunque fuera equivocada?
En este punto chocan mis ganas de caer bien, de agradar, de resultar interesante; con mi miedo a equivocarme, a que me juzguen (para mal), a hacer el ridículo.
O como diría mi psicóloga, aquí es donde mi ego se apodera de la situación.
¿La solución?
Actualmente opto por callar. En boca cerrada no entran moscas y calladita estás más guapa son 2 de los dichos populares que hicieron mella en mi yo de 6 años.
Pero esto, en realidad, no me ayuda tanto como pienso.
Por que si lo hiciera, no estaría aquí, escribiendo sola esta parrafada en un blog que casi nadie va a leer porque me da miedo expresar mi emociones en voz alta, vaya a ser que ellas también estén equivocadas. 🙄
Quizás la solución sea hacerme amiga de mi ego, ¿pero cómo se hace eso? «Escríbele», me dijeron. Y eso estoy haciendo.
¿Alguien más en la sala que prefiera cerrar el pico a meter la pata?
Buenas aqui una lectora 🙂 nunca jamas me hubiera imaginado que te sentias tan así. Podía imaginar que como a todos a veces nos pasa, podrias sentirte insegura ante la gente y tener miedo a expresar tus opiniones en publico, ocasionalmete. No imaginaba que podia ser algo tan frecuente en tí y mucho menos que te rondara tanto la cabeza o que llegara a ser un problema para tí.
Desde luego, yo desde fuera te veo como a alguien muy segura de ti misma, por lo que eres muy capaz de esconder esta faceta tuya de inseguridad social. Eres una persona de ciencias, muy de ciencias y exigente contigo misma, diría casi que perfeccionista (algo tambien heredado y aprendido por cojones en nuestra familia, ¡Que mal está equivocarse o romper un plato!).
Así que yo creo qeu cualquier cosa que comprometa esa imagen tuya hacia ti misma de cientifica perfecta te va a generar miedo. No quieres ser imperfecta y no quieres otra explicacion para las cosas que no sea metódica. No aceptas un yo imperfecto o impuro. Si das una opinion infudada mal, si no das la opinión tambien mal y acabas nunca estando satisfecha contigo misma.
Pero la perfección no existe, ni siquiera en la naturaleza que es lo más perfecto que nos rodea. La naturaleza se quiebra y se rompe para resurgir y poder seguir creciendo.
Por lo tanto yo creo que hay que desaprender lo aprendido. Desaprender el tener que ser siempre perfecta como la mente nos indica, hacer lo que nos de la bendita gana, dar la opinion o no darla y no juzgarnos tanto. Fluir, be water my friend.
He escrito 20 parrafos mas y los he borrado. Quien soy yo para decir esas cosas. Me alegra que compartas esto conmigo.
Deseosa de tu sengundo post. besitosss
¡Jaja! Tienes todo el derecho del mundo para escribir esos 20 párrafos de más. Si no sabías que esta sensación es tan frecuente en mí es porque tú eres una de esas (pocas) personas con las que me siento a salvo. Contigo es más fácil decir lo que pienso y equivocarme sin miedo. Así que eres la persona perfecta para decir lo que quieras, sobre todo aquí, sobre todo a mí. 🙂
Me ha encantado tu reflexión. Desaprender. A ver si aprendo cómo hacerlo. 😉
Un abrazo y hasta el segundo post. ¡Besitos!